Democracia minimalista

Por Nelly Arenas

 

Mi visión sobre la democracia quizá no difiera mucho de la del resto de los venezolanos en estos inclementes tiempos. Ella se conecta en línea directa con la precariedad que ha alcanzado ese bien en el país. Ocurre con la democracia lo mismo que con las recetas de cocina en estos días de escasez e hiperinflación: cada vez los ingredientes a nuestro alcance son tan pocos, que optamos por las menos costosas y complicadas. Votar en condiciones básicas de competitividad, se ha convertido en el  único componente del plato que anhelamos preparar.  La democracia deseada ha cobrado así un sentido más que minimalista. Mientras otros países pugnan por elevar la calidad de su democracia para colocarla a tono con los retos de la sociedad postindustrial sorteando toda clase de amenazas como la que encarna el populismo por ejemplo, en Venezuela solo deseamos alguna dosis de transparencia en el proceso de elegir. Dolorosamente, esta elemental aspiración nos devuelve al siglo XIX;  a la primera ola de las democracias (1828-1926)  en el transcurso de la cual algunas sociedades de Occidente celebraron comicios  en condiciones democráticas exiguas, según nos lo mostró Huntington. 

La frustración de nuestro proceso de modernización tiene quizá aquí, su mejor expresión. Habiendo conquistado el sufragio directo, secreto y universal en 1947 y, a pesar del paréntesis dictatorial  de casi una década,  cuarenta años ininterrumpidos de vida democrática, auguraban  un deslizamiento cómodo de nuestra democracia por los rieles del futuro.  La convicción de que ese sistema, con todas sus falencias, había llegado para quedarse, olvidó la previsión de  Robert Dahl  de que la democracia es una  constante procura. 

Hoy, luego de experimentar una y otra vez como ciudadanos venezolanos  la carencia de un piso mínimo de convivencia democrática; luego de presenciar la pérdida de los estándares básicos que aseguran a la política un marco de acción más o menos saludable, podemos concluir que la democracia es una forma de estar en el mundo que posibilita nuestro encaje en la civilidad, haciéndonos posible la vida ciudadana. No es la democracia hoy solo un sistema capaz de garantizarnos, como en el pasado -en la modernidad industrial simple, para ser más exactos- un orden político  que asentado  fundamentalmente en el voto garantizaba al ciudadano su incidencia en el concierto público. El sentido de la  democracia hoy empuja más allá. Ha trasmutado en  una forma de vida que se enlaza con las pulsiones más íntimas de los individuos. Al volverse lo privado público, las instituciones democráticas más desarrolladas de Occidente, han tenido que responder  a las demandas de grupos sociales varios. Lo personal ha derribado las estrechas paredes de lo doméstico para saltar al espacio público presionando a la agenda social y política en pos de una mayor emancipación humana. Es el caso de las mujeres por igualdad de género y afirmación de su independencia, o de la comunidad LGTB por reconocimiento de sus identidades sexuales y libertades. Al mismo tiempo, temas tan disímiles como la protección del ambiente, defensa del consumidor, alimentación saludable,  trato a los discapacitados, etc., copan el interés público.  Es lo que el sociólogo Ulrich Beck concibió como una nueva dimensión de lo político o subpolítica. 

Estamos lejos los venezolanos de una agenda como esa, lo sabemos. Hoy apenas podemos intentar mover el vagón hacia la recuperación del voto libre y respetado. Hoy apenas el país respira el poco aire que un  autoritarismo hegemónico deja entrar en sus maltrechos pulmones. La salud  de la democracia que nos permitimos prefigurar fantasiosamente exige trascender el mero acto del voto. Clama por restaurar el principio pluralista que la define, así como el cumplimiento de los requisitos fundamentales que la hacen posible. Alcanzar un estado conforme a tales exigencias seguamente  no  nos preserve totalmente de los riesgos de decadencia y naufragio a la que está expuesta toda democracia.  Su  materialización, sin embargo, nos permitiría recuperar cierta normalidad existencial; asomarnos al futuro con mucha menos incertidumbre. Sobre todo, nos permitiría escapar de la receta minimalista con la que hemos venido asumiendo nuestra democracia forzados por el avasallamiento de un régimen que se instaló con el propósito de evaporar nuestras libertades. 


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Comentarios

  1. Muy buena visión resumida de la Democracia actual, prácticamente como un modelo sociopolítico de la evolución humana...

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