Democracia y música
Precisar los vínculos entre Democracia y Música exige aguzar más de lo acostumbrado los sentidos, porque seguramente entre esos vínculos nos encontraremos algunos que no suenan, o suenan extrañamente, y aparecerán algunos otros que no se ven –bueno, a decir verdad, en propiedad ni la democracia ni la música se ven- o que “se ven muy raros”. Además, la Democracia es algo que hay que sentir, si la Democracia no se siente (en el sentido lato del término) pues bien parecería que vivimos en una cárcel; por su parte la Música si no se siente, pues sencillamente deja de serlo, y una vida sin música algo se parece al desierto.
Podríamos entonces dedicar el tiempo a buscar los vínculos entre la cárcel y el desierto, también tendríamos que aguzar los sentidos ¿verdad?... seguro estoy que algunos cuantos encontraríamos. Pero regresemos a lo que nos atañe ¿Cuál es el principal vínculo entre Democracia y Música? ¿Quién las crea a ambas? La respuesta es de Perogrullo, a saber el ser humano, aunque son muchos los que coinciden en afirmar que la música es una creación divina y la democracia demoníaca. En lo personal me decanto en favor de lo contrario: La Música, al ser expresión de las pasiones, está más cerca de lo demoníaco; la Democracia, al ser expresión de los acuerdos estaría más cerca de lo divino.
El hombre (y cuando digo hombre digo “ser social”, es decir ser humano en relación con base a sus necesidades y pasiones) es entonces el padre de las criaturas, el hacedor común de estas dos maravillas que sí, por momentos pudieran resultar inasibles, aunque nos preocuparnos de hallar sus vínculos, porque como aquel sabio, no podemos dejar de repetirnos ma si muove. Si el arte es un producto social (lo cual es una obviedad), sus expresiones crean cultura (también una obviedad”). En tal sentido hay una “cultura musical” (o como decían los LP de antes, “la música es cultura”) y paralelamente podemos hablar de la existencia de una “cultura democrática”, que probablemente es eso que –también antes- pretendían enseñar en aquella materia llamada “Educación Moral y Cívica”. Probablemente todo esto en el entendido de que “nadie nace aprendido”, o de que la democracia no “se lleva en la sangre”… aunque parece que en algunos casos la música sí.
Para seguir complicando el asunto, y parafraseando al maestro Francisco de Goya, diríamos que los sueños de la razón producen monstruos (entrebuscando agregamos que mucho de lo que pintó el maestro tenía que ver con la democracia, pero al final de sus años quedó sordo, o sea impedido para la música, aunque también Beethoven… pero no le busquemos patas de más al gato), con lo que a continuación nos preguntaríamos ¿Hay una construcción democrática de la música? ¿Hay una construcción musical de la democracia?
Intentando responder lo primero, diríamos que la democracia se expresa en la música cuando el colectivo aporta “libremente”, sin otras restricciones que no sean las de sus propias capacidades, elementos creativos (sonoros y emotivos), a la música en general (géneros, estilos) y a las piezas musicales en particular. Fíjense que hablamos de un colectivo (porque la Democracia no es un hecho individual) que en el caso de la música se referiría a los ejecutantes, ya que la composición generalmente es de una sola persona (oído, generalmente).
En la medida que en la ejecución haya aportes al tema original, pudiéramos decir (cosa que nadie dice) que esa pieza es más o menos democrática. Generalmente esto no ocurre con las obras académicas, porque los ejecutantes no deben hacer variaciones a lo que está escrito, el único que puede hacerlas es el director de orquesta, que bien sabido es que de democráticos tienen muy poco o nada. En este orden de ideas, la expresión musical que permite más libertades a los ejecutantes es esa que de manera muy extendida se llama “música popular”, que tiene sus primeras o más originales expresiones en lo folclórico.
En este camino llegaríamos a “las músicas” que tienen como razón de ser, impulsar la manifestación o los aportes de los ejecutantes, la primera entre ellas el Jazz, y como caso extremo o libérrimo el free jazz, donde los sueños de la razón pueden llegar a producir pesadillas,
Intentando responder lo segundo, más rápido de lo debido, realmente no hay una construcción musical de la democracia, por lo menos no conscientemente. Absolutamente prudente sería –y socialmente placentero- si los constructores de democracia ajustaran su hacer a los tres elementos que definen la música: Melodía, armonía y ritmo (una larga pieza sería esto). Y sobre todo no perder de vista el norte… no desafinar nunca jamás.
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