Crisis, colapso y ruptura. El fin de la teoría de la transición.

Por: Héctor Briceño  


Después de más de 20 años del Chavismo en el poder, una premisa debe regir el análisis político sobre Venezuela: el Chavismo ha logrado institucionalizarse. Esto es, que las normas y valores que rigen las relaciones de poder internas, y en especial los procesos de toma de decisiones, siguen patrones recurrentes, reconocidos, obedecidos y en consecuencia legitimados, por todos los actores dentro de la coalición Chavista.
 
El Chavismo ha sobrevivido una gran cantidad de crisis de distintas magnitudes y orígenes. Crisis políticas, humanitarias, sociales, económicas, ecológicas, petroleras, militares, internacionales, golpes, protestas, derrotas electorales, transición de liderazgo, desastres naturales, entre muchas otras. Algunas de ellas han sido producto de la propia insensatez e incompetencia. Otras de su arcaica tozudez ideológica. Otras tantas han sido intencionalmente provocadas por motivos más oscuros, desde la satisfacción de necesidades socio-patológicas, hasta la corrupción.
 
La ideología Schmittiana que inspira el pensamiento político Chavista añade otro poco a la crisis, al dividir el mundo en polos opuestos e irreconciliables. Su premisa “Si no estas conmigo estás en mi contra”, hace la neutralidad sencillamente imposible, creando enemigos por doquier; porque si bien es cierto que para pelear hacen falta dos, para polarizar, uno sólo basta. La indefinición frente al Chavismo-Schmittiano, es interpretada como hostilidad. Sin importar la distancia, el mundo entero debe definirse frente a él.
 
En este sentido, la habilidad del Chavismo para hacer de su causa “Comunal” un tema de polarización más allá de sus fronteras, es un mecanismo tanto de defensa como de ataque, que inspira enemistades internacionales, globalizando el conflicto.
 
Pero las crisis también tienen origen en una oposición política cuya teoría y práctica de la transición es dependiente de la agudización de la crisis. “Lo bueno es lo malo que se está poniendo la cosa”, pensamiento mágico, actualización venezolana de la generación espontánea, es el axioma principal de la acción, inacción y obstaculización opositora, que supone que el desastre genera, por si sólo, una transición política y que, adicionalmente y de manera fantástica, culmina en manos del liderazgo opositor. La crisis, sostiene la hipótesis, exacerba los conflictos internos y acelera la llegada del punto de quiebre: el momento en el cual las diferencias internas superan las similitudes, hasta convertirlas en intolerables, haciendo la ruptura interna inevitable. Bajo este esquema anarquista, aliviar la crisis es aliviar el conflicto interno, e incentivarla es acelerar el colapso y la transición.
 
El punto de quiebre nunca ha llegado, aún cuando el país atraviesa el momento más delicado desde inicios del siglo XX. El Chavismo ha sobrevivido las infinitas crisis y lejos de debilitarse ha salido airoso de todas ellas. Incluso ha logrado, gracias a ellas, perfeccionar los mecanismos para enfrentarse al “alfa y omega de las teorías de la democratización”: la división interna.
 
Omnipresente durante toda la gestión del Chavismo, la división no ha sido una excepción sino una constante. Desde las tempranas rupturas del Miquilenismo, hasta la Fiscal Luisa Ortega Díaz, el Ministro/Presidente de PDVSA Rafael Ramírez, el Director de Inteligencia y el Director de Contrainteligencia Militar. Pasando por partidos como el MAS, Podemos y PPT; Marea socialista, la disidencia que agrupa a los exministros de Chávez y todo el espectro que agrupa el Chavismo no madurista. Sin olvidar las deserciones de militares de Plaza Altamira y las deserciones militares de inicios del 2019. Incluso podríamos agregar los simpáticos casos de los profesionales del doble salto de talanqueras (transfuguismo político doble), disciplina inventada por Arias Cárdenas, perfeccionada por William Ojeda y practicada por otros tantos.
 
Pero no sólo los políticos y militares han abandonado el bote, también lo han hecho las bases. Luego de alcanzar un mayoritario apoyo popular, las bases sociales del Chavismo se han reducido significativamente hasta convertirlo en una minoría política.
 
El Chavismo, en resumen, ha experimentado continuas rupturas a lo largo de sus más 20 años en el poder. Sin embargo, siempre ha logrado detener la consecuencia más importante y peligrosa de los quiebres internos: la onda expansiva que ellos producen.
 
Durante el Porteñazo, el levantamiento militar en Puerto Cabello del año 1962, un pequeño grupo de oficiales es sorprendido desprevenido en la calle por la confusión reinante. Al intentar reencontrarse con su regimiento, se ven obligados a refugiarse, al ser amenazados por sus, hasta entonces, compañeros de tropa, quienes desde lejos los increparon: ¿con quienes están ustedes? ¿con los rebeldes o con los institucionales?1
 
A lo que uno de los sargentos no tardó en responder, con total sinceridad:
"Aún no sabemos. ¿Cómo está la cosa por allá?"
 
En su libro Cómo funcionan las dictaduras, Barbara Geddes coloca la onda expansiva como epicentro de los quiebres internos de los regímenes autoritarios. Frente a un conflicto nadie quiere quedar en el bando perdedor, parece ser el axioma. La ideología puede matizar la afirmación, pero en casos extremos, hasta el militante más dogmático recordará que “pescuezo no retoña”. “Aún no lo sabemos” se traduce como: estamos evaluando la mejor opción.
 
Las rupturas son peligrosas cuando logran expandirse hasta erosionar las propias bases que sostienen al régimen. Para llegar hasta allá, sin embargo, deben atravesar primero los múltiples anillos exteriores que los rodean: población general, bases políticas, cuadros medios, cuadros altos, y finalmente el núcleo.
 
Sólo cuando caen, uno tras otro los distintos anillos de soporte político generando un efecto de creciente insostenibilidad, pueden las rupturas internas promover una transición política. Pero cuando una ruptura interna no logra generar ese sentimiento de mayoría e inevitabilidad de la transición, está destinada a convertirse en un simple episodio de depuración interna.
 
La clave de la inevitabilidad de la transición es que es un sentimiento, una percepción, y como tal, susceptible y dependiente de procesos sociales.
 
En democracia las mayorías cuentan. Frente a los autoritarismos, ser mayoría política no es suficiente. Mucho más importante aún es parecerlo. Para ello, la lucha semiótica, por los símbolos, sus significados, sus referentes y sus interpretaciones, es determinante. Estos símbolos se construyen a partir de las interacciones entre los protagonistas del conflicto. En la lucha política. No son el simple resultado de acciones unilaterales. No basta, por ello ser mayoría y decirlo. Es necesario convencer, no a los aliados, sino a quienes forman parte de cada uno de los anillos que rodean el núcleo del Chavismo.
 
¿Cómo ha sobrevivido el Chavismo las múltiples rupturas internas? Impidiendo el efecto de propagación que construye el sentimiento de inevitabilidad de la transición, transformando cada ruptura interna en un episodio de depuración.
 
La práctica hace al maestro. Con el paso del tiempo el Chavismo ha logrado desarrollar e institucionalizar mecanismos para inhibir y desarticular las posibles rupturas internas. Identificamos cuatro de ellos.
 
1.    Vigilar: el Chavismo ha desarrollado un potente sistema de vigilancia y seguimiento social, infiltrando todos los sectores de la sociedad. Incluido el propio Chavismo. Y no lo han hecho solos. Sus aliados internacionales (Cuba, China, Rusia) han contribuido con su experticia y tecnología. Gracias al sistema de vigilancia, el Chavismo cuenta con un mapa de lealtades que les permite determinar la profundidad y extensión de las fidelidades políticas y navegar sobre ellas, e incluso predecir futuras rupturas antes de que ocurran.
 
2.    Dividir: desde muy temprano el Chavismo-Schmittiano dividió al país en bloques opuestos. Pero la estrategia no se limitó a la polarización de la sociedad. Internamente la división del Chavismo es también la norma. El Chavismo en efecto está constituido por islotes. Sin embargo, ellos no conforman un archipiélago. Incomunicados entre si, son incapaces de establecer relaciones de cooperación que no provengan de las exigencias del núcleo de poder. O al menos que lo contradigan.
 
La división interna no es consecuencia (exclusiva) de las preferencias políticas o de las ambiciones personales, sino también de una estrategia prediseñada para que la mutua desconfianza impida la construcción de cualquier alianza interna que ponga en peligro a la élite. El Chavismo nació de una conspiración, y a ello es a lo que más teme. Por ello desde muy temprano se preparó para desarticularlas. La división interna es una estrategia prediseñada para impedir que cualquier ruptura potencial se transforme en algo más que en una simple depuración de islotes.
 
3.    Castigar: El Chavismo amenaza, persigue, hostiga, incluso asesina a opositores. A los “desertores”, no obstante, los aniquila. Para el Chavismo la deslealtad es el pecado más grave. Su castigo inconmensurablemente desproporcionado. Sin importar el cargo, los años de servicio, o el rol desempeñado, la ruptura con el Chavismo conlleva siempre costos ilimitados. Para ello el Chavismo cuenta con el respaldo de todas las instituciones del Estado. Una ruptura implica allanamientos, juicios, inhabilitaciones, amenazas, persecuciones, violencia, cárcel, pérdida del patrimonio. Adicionalmente, y dependiendo de la magnitud de la “traición”, estos pueden extenderse hasta amigos y familiares: padres, esposos, hijos, no están exentos… Si la ruptura es un cálculo costo-beneficio, el Chavismo ha decidido aumentar el precio hasta lugares insospechados (sobre el autoritarismo interno del chavismo ver aquí).
 
4.    Ideologizar: otros mecanismos, mas sutiles y no menos efectivos por ello, forman también parte del repertorio. Entre ellos, la ideología, juega un papel destacado. Toda reflexión, toda crítica, todo pensamiento, palabra y acción es susceptible de ser definida ontológicamente. Una protesta por comunitaria por la escasez de agua, los cortes de luz, la inseguridad, o cualquier otro problema social, una crítica en una reunión comunitaria, la evaluación de la gestión gubernamental, pueden interpretarse como un ataque “terrorista”. Bastan un par de argumentos para que se establezca una relación entre una opinión y una conspiración internacional. El Chavismo es una ideología totalizante y dinámica (Kershaw, pp.29-35), ante la cual todo lo que ocurre tiene una vinculación política. No hay límites ni barreras. Lo privado no se distingue de lo público. Nada es irrelevante, nada insignificante.
 
Quien ha estado dentro del Chavismo durante años ha sido socializado en una ideología totalizante, cuyo objetivo es ocultar la diversidad social que compone a la sociedad venezolana e incluso a la comunidad internacional. Al solo existir dos polos opuestos una ruptura se reduce a un acto de traición, un pasaje directo al otro lado. A colaborar con un maligno enemigo histórico externo.
 
Estos mecanismos explican como el Chavismo ha logrado sobrevivir a una crisis perpetua y a las múltiples rupturas que de ella han surgido, convirtiendo cada episodio de quiebre en una oportunidad para cohesionar internamente y perfeccionar sus sistemas de desarticulación de amenazas.
Más importante aún, ellos también explican por qué fracasó la teoría opositora de la transición basada en la profundización de la crisis. Una teoría que carece, por cierto, de liderazgo, dirección y protagonismo opositor, y que, en contraposición, espera un desenlace basado en los errores del propio gobierno Chavista. “La culpa es suya, por hacer bien su trabajo”.



Obra: Reinaldo huye de las islas Afortunadas.
Autor: David Teniers.
Fecha: 1628 - 1630.
Óleo sobre lámina de cobre, 27 x 39 cm.
Fuente: Museo del Prado.


Nota:

1 La anécdota completa de lo sucedido durante el Porteñazo:

El Sargento Mayor Técnico de la Armada, Humberto se encontraba junto a los marineros, atracados en el buque transporte en el Puerto, cuando se disponían a a zarpar para evitar el bombardeo.

Mientras tanto, los infantes que estaban en tierra los apuntaban con morteros. Uno de los infantes lesemplazó a tomar bando: “¿con quién están ustedes?” inquirió.

Entonces el Sargento Humberto les respondió: “Aún no sabemos”, devolviendo con perspicacia la pregunta: “¿cómo está la cosa por allá?”.

El buque permaneció atracado en el puerto durante todo el día.

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