El largo camino de la democracia

Por: Héctor Briceño



Cuando no había democracia, pensamos en cómo lograrla y comenzamos así a hablar de transiciones. Cuando logramos alcanzarla, nos preocupamos por no perderla durante sus primeros años de infancia, por lo que hablamos de consolidación. Cuando decretamos (prematuramente) su histórica victoria final, nos volteamos a hablar de cómo aumentar su calidad (Przeworski, 2010)… cuando presenciamos una nueva oleada de regresiones, nos dimos cuenta que sus enemigos no solo no habían desaparecido, sino que se habían fortalecido, acobijados bajo la sombra del arrogante triunfalismo democrático, mientras esperaba el momento oportuno para contraatacar.

En la actualidad vemos como el reto democrático se acumula, junto a décadas de expectativas insatisfechas, falsas ilusiones alimentadas por una sociedad que aún experimentado el período de mayor generación de riqueza y desarrollo más importante de la historia de la humanidad, aún no encuentra la forma de construir mundo más humano y más justo.


Hoy cuando retornamos al inicio del ciclo, para volver a hablar de transiciones, cuestionamos la idea misma de consolidación democrática como punto de llegada, como estado final permanente, para imaginarla como un proceso en construcción, siempre inacabado, movible,  escurridizo e imperfecto. Espejismo de un oasis que nos invita a atravesar el largo desierto, con la esperanza de saciar nuestras sedientas ilusiones.


Cuando la luz del sol se desvanece y los espejismos se evaporan, la oscuridad noche y los demagogos se alían para seducirnos con sus artificios, tentadores fuegos artificiales que prometen la llegada de un utópico paraíso terrenal al salir de la luna, entonces, nos percatamos que la última e inevitable línea de defensa de la democracia se encuentra más allá de sus propias instituciones, en los hombros de hombres y mujeres que, desde cualquier sector de la sociedad, han decidido consagrarse a la defensa de los valores y principios democráticos, de libertad, justicia, igualdad y fraternidad. Resiliencia democrática, tozudez o ingenuidad. En todo compromiso y esperanza en que los valores y prácticas democráticas son el camino y a la vez la meta. La defensa y la ofensiva. El punto de llegada y de partida. La ilusión, la esperanza, la antorcha y hasta el mismo sol que ilumina y crea la ilusión óptica para señalarnos el camino. El camino es democracia y la democracia es camino.

 



Imagen: Santo ermitaño predicando en el desierto. Atribuido a Baldi, Lazzaro.

Hacia 1665. Aguada agrisada, Aguada parda, Albayalde, Pluma sobre papel agarbanzado, 252 x 221 mm.

Ver imagen en Museo Del Prado aquí.

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