Estallido inmminente

De manera insólita, gobierno y oposición logran finalmente ponerse de acuerdo en algo: la inevitabilidad de un estallido social, así como la (hipotética) bondad del mismo. De esa manera Venezuela hoy parece marchar a toda prisa hacia un gran estallido de la mano de los líderes políticos.
Mientras el chavismo visualiza la explosión social como génesis y germen revolucionario, el inicio de la etapa final y decisiva de “El Proceso”, la oposición lo ve como la consecuencia inevitable del fracaso del régimen que daría paso a una muy mentada “transición”: la progresiva entrega y traspaso del poder del gobierno a la oposición. La ingenua tesis de la “caída por su propio peso” en acción.
En ambos casos la ecuación es la misma: Estallido = Acceso al poder + Destierro del enemigo.
Un estallido social es fundamentalmente una expresión de ruptura final con un modelo o estado de cosas, en palabras del sociólogo italiano Alberoni se trata del “resquebrajamiento de las formas de solidaridad de una sociedad”. Su principal función es expresar la obsolescencia e inutilidad de las normas sociales, incluso la hipocresía que se esconde tras  ellas. Por tanto conlleva un proceso de redefinición y reorganización de las relaciones sociales a una nueva forma de solidaridad.
Hector Texto (1)Entre los muchos significados del Caracazo, estallido que da forma al arquetipo venezolano, dos parecen permanecer en el tiempo: la violencia y la desesperanza.
A partir de 1989 los índices de violencia en Venezuela cambiaron, dibujando una curva ascendente que sólo ha cambiado para aumentar su pendiente, desafiando incluso en años recientes la más elemental de las leyes: la gravedad.
Así, la violencia ha retornado a la vida social venezolana como una -quizás la única- forma legítima de relación social, expandiéndose a todas partes: las escuelas y liceos, el tráfico de la ciudad, las colas de los supermercados y los hogares, la violencia está incluso, en los decretos ministeriales. La violencia expresa el desprecio a las normas sociales.
Con el estallido de 1989 también se hizo omnipresente la desesperanza, entendida como el reconocimiento formal que las expectativas y las normas no son congruentes entre sí.
No es posible en Venezuela desde hace mucho tiempo salir de la pobreza (expectativa) con “trabajo y esfuerzo propio” (normas). Saque la cuenta: ahorre un sueldo mínimo durante un año. No gaste en nada, ni siquiera coma y al final tendrá quizá para ir dos días al mentado “menudeo”. Suponiendo que el dólar mantiene al precio actual.
El Caracazo significó sacar a la luz una realidad oculta: el fin de los sueños de movilidad, progreso social, de una vida mejor. Significó el fin del sueño y el reconocimiento de la pesadilla de la pobreza eterna.
Muchos actores intentaron pescar en ese río revuelto que fue el Caracazo y algunos quizás lo lograron fugazmente, pero en términos generales el estallido se convirtió en mayor desprestigio y descrédito de la política y sus actores.
En este sentido, no cabe duda que un estallido social hoy iría en detrimento de todos los actores que conforman el mapa político de la Venezuela actual, incrementando la anomia, la anarquía y la desconfianza que tan profundas raíces ha echado en suelo venezolano.
Por esto es inentendible la oda al estallido social que los diversos sectores y líderes políticos han compuesto en los últimos tiempos, como si se tratase de un evento realmente especial, cuando en realidad lo que expresan es el fracaso, no de un gobierno ni un partido (de hoy o de ayer), sino de lo más elemental de una sociedad: su solidaridad.
Por esto el estallido realmente necesario, el estallido inminente es el que restablezca la esperanza. El que en vez de sacar a los militares a la calle, los regrese a los cuarteles. El que llene los liceos de libros y los vacíe de armas. Es el que en vez de desatar aún más la violencia, haga estallar la paz entre los venezolanos.

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