El dilema del chavismo
Los dos pilares fundamentales del sistema político venezolano entre 1998 y 2013 fueron Chávez y el crecimiento económico consecuencia del boom petrolero más importante de la historia del país. En ese período, lo que no se resolvía mediante el liderazgo, carisma o poder presidencial, se hacía a través de la alegre repartición de los ingentes ingresos petroleros.

Una de las características principales de la “Revolución” es su bajo nivel de institucionalización. Característica en realidad intrínseca a todas las revoluciones, pues ellas son ante todo una sublevación contra el status quo y las instituciones que lo soportan. También son portadoras del germen de una nueva institucionalidad, sólo posible cuando el momento revolucionario culmina para dar paso a uno menos efervescente y excitante.
En ese sentido toda revolución está destinada a fracasar, pues implantar una nueva institucionalidad propuesta por una revolución, significa también el fin de la revolución y el triunfo de un nuevo orden, y al contrario, la única revolución exitosa, la revolución perpetua, es en realidad la destrucción perpetua.

El chavismo no construyó institucionalidad alguna, sino que apostó a la perpetua revolución. Las Misiones, ícono más representativo de la propuesta chavista, fue precisamente una estrategia para evitar la institucionalidad del Estado. Operativos especiales parainstitucionales para abordar los problemas.
Ellas responden a la esencia de una revolución: momentánea, explosiva y violenta. Su permanencia es sinónimo de su fracaso, de que la misión no fue cumplida ¿cómo seguir alfabetizando a través de operativos especiales a la población después de lograr 100% de analfabetismo?

La abrupta desaparición de los dos pilares del chavismo, aunada a la nula institucionalización de la “revolución”, someten al chavismo a un proceso de transformación.
Hoy ya la revolución es en realidad una imitación suya. Una copia de sí misma que no logra convencer a la población, ni siquiera a sus propios electores. Pero tampoco apuesta a las instituciones.
En la actualidad, la popularidad de Maduro aparece atada a la evaluación de su gestión. Una gestión que él mismo parece querer destruir.
El gran dilema del chavismo hoy es que apostar a la institucionalidad significa traicionar a la revolución y a su progenitor, pero no hacerlo significa dilapidar el capital político que les queda.
Publicado en Politika UCAB.
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