El Ministerio de la oscuridad

Los ministros del gabinete económico no asistieron a la comparecencia ante la Asamblea Nacional. No rindieron cuentas. No informaron de las actividades realizadas ni de los proyectos futuros. En su defecto propusieron en secreto al Presidente de la Asamblea Nacional, realizar una comparecencia privada. Irónicamente, los enemigos de la iniciativa privada prefieren privacidad en la rendición de cuentas del erario público.
La razón la dio a conocer el nuevo vicepresidente: Los temas económicos no pueden debatirse públicamente, pues eso pondría en riesgo al país, sentenció. Y esto lo afirma en el medio de una crisis que el Gobierno se afana en denominar con el eufemismo de “Guerra Económica”.
Pero no se trata de una guerra económica, al menos no como la plantea el Gobierno. Se trata en realidad del desprecio a la libertad y al derecho a la información, pues, un ciudadano bien informado es dueño de su propio destino.
La práctica no es nueva ni se intensifica exclusivamente, como algunos piensan, con la llegada de la crisis. Todo lo contrario. La disposición del Gobierno a negar cualquier información es parte constitutiva del chavismo. Desde su mitología fundacional, su ascenso y hasta la muerte de su líder máximo está íntimamente relacionada con el secretismo. Y todo apunta a que su caída también lo estará.
Ejemplos de esto es como la Asamblea Nacional anterior se negó a elaborar una Ley de Acceso a la información Pública, aunque sí se apuró en modificar, en diciembre pasado, la Ley del Banco Central (BCV) para librarlo de la obligación de presentar indicadores económicos periódicos. También, en días recientes, el Ministerio de Planificación bajó de la web el portal www.sisov.mpd.gob.ve que brindaba indicadores sociales y económicos, por supuesto obsoletos desde 2013. El Instituto Nacional de Estadística (INE) no ha dado a conocer los datos de ingresos de los hogares del Censo Nacional del año 2011. Tampoco las cifras de pobreza por ingreso (LP) desde el 2013.
Así sucesivamente, los momentos más importantes de la historia del chavismo han sucedido en la oscuridad de la noche y en lugares secretos. Ocultos no sólo al escrutinio de los ojos del ciudadano común, sino muy especialmente al escrutinio de la razón. Ello con una doble función: por un lado, ocultar la magnitud de sus continuos fracasos, y por el otro, alimentar las fantasías conspirativas de la élite gobernante.
No es casual entonces, que el informe de Transparencia Internacional 2015 registre a Venezuela como el país más corrupto del continente y uno de los 10 más corruptos del mundo. Sólo superado por Somalia, Corea del Norte, Afganistán, Sudán, Irak Libia y Angola.
La corrupción solo es posible allí donde hay ciudadanos desinformados. Donde el Estado no presenta los indicadores de su desempeño y no rinde cuentas de los recursos públicos, manteniendo una gestión oscura e inaccesible, blindada al escrutinio, y por tanto imposible de seguir y evaluar objetivamente.
Pero toda esta oscuridad adquiere un mayor significado, cúspide del cinismo y de la ironía, porque es hecha por un gobierno que se autodenomina revolucionario, que dice promover la participación ciudadana en la gestión pública, cuando ésta sólo es posible con un ciudadano bien informado.
Atando los dos cabos es posible entonces entender la naturaleza más profunda del sistema político denominado Socialismo del Siglo XXI. Únicamente es posible manipular y utilizar un ciudadano cuando se mantiene en la oscuridad de las tinieblas.

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