La brecha de la democracia

Los primeros tres lustros del siglo XXI son notorios para la democracia latinoamericana. Entre el año 2000 y 2015 se realizaron más elecciones en el continente que en todos los años anteriores. Salvo dos episodios, Honduras 2009 y Venezuela 2002, los golpes de Estado se acercan cada día más a los libros de historia y la muy elemental promesa de la democracia, la transición pacífica del poder de una élite política a otra, se confirma todos los días.
Incluso allí donde la polarización política ha dividido la sociedad en bandos opuestos, antagónicos y en ocasiones irreconciliables, los líderes de partidos gobernantes y de oposición se han visto obligados a aceptar los resultados electorales. Argentina y Bolivia son ejemplos recientes de ello. En el primero, solo hubo una caprichosa ausencia durante la toma de posesión. En el segundo, denuncias de conspiraciones de los sospechosos habituales, especialmente los medios de comunicación. No obstante, Macri asumió la presidencia y el Presidente Evo Morales no podrá postularse como candidato presidencial para un nuevo período en 2019.
En Venezuela la democracia se pone a prueba en Venezuela todos los días. El gobierno de Nicolás Maduro trata de esquivar la derrota en las elecciones parlamentarias de diciembre pasado, intentando gobernar sin la Asamblea Nacional. Sin embargo, con cada pirueta su precaria legitimidad disminuye, mientras la crisis económica y social más grave de la historia contemporánea del país se profundiza. Con todo, Maduro se ve obligado a mantener su juego político bajo una fachada democrática, pues sabe que los costos de las alternativas son impagables. Premisa también válida para la oposición y su promesa de cambiar el gobierno.
La democracia se consolidó como el “único juego en el vecindario” latinoamericano en los primeros tres lustros del nuevo milenio. Para el año 2015, según la Corporación Latinobarómetro, 72% de los latinoamericanos considera que la democracia es el mejor sistema político, a pesar de tener algunos problemas. No obstante, al preguntarles cuán satisfechos están con el funcionamiento de la democracia en su país, el panorama es muy distinto: tan sólo 39% en el continente está satisfecho. Esto es una brecha de 33 puntos entre la democracia ideal y la real.
Aunque la brecha no es nueva, el crecimiento de las expectativas de la gente si lo es. Y eso es bueno y terrible al mismo tiempo. Latinoamérica experimentó una etapa de crecimiento económico que expandió la esperanza de una vida mejor, quizás como nunca antes, pero ahora avanzamos rápidamente hacia un ciclo de contracción. Pero las expectativas no suelen ajustarse a la misma velocidad ni de la misma forma que la economía, lo que podría expandir aún más la brecha hasta límites insospechados. Pero ¿cuánto puede resistir?
El devenir democrático de Latinoamérica se juega entre la democracia que queremos y la que tenemos. Mucho dependerá de cómo utilicen esa brecha los liderazgos políticos en tiempos económicos difíciles. Pueden aprovecharla para consolidar y profundizar aún más la democracia, acercarla y hacerla más parecida a los ciudadanos, pero también para socavarla.
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