La crisis de la democracia

Quizás la más importante de las preocupaciones de la ciencia política durante los últimos 20 años ha sido la crisis de la democracia. La extensa proliferación de literatura, tanto académica como periodística, así como reflexiones y seminarios coordinados por los más importantes thinks tanks alrededor del mundo es realmente impresionante.
A diferencia de lo que podríamos denominar la “primera ola de preocupación por la democracia”, cuya síntesis quedó plasmada en el informe de la comisión trilateral para la democracia de 1975 “The Crisis of Democracy”, dirigido por los académicos Crozier, Huntington y Watanuki (1975), en la que claramente se identificaba el interés de los países democráticos de Europa, Norteamérica y Japón de mejorar el funcionamiento de sus sistemas políticos, aumentando los niveles de gobernabilidad y legitimidad interna como prerrequisito para impulsar un orden internacional que facilitara la cooperación entre regiones democráticas, la actual preocupación se dispersa a lo largo de una gran diversidad de problemáticas, tanto nacionales como internacionales, que convergen en múltiples amenazas al desarrollo democrático en un mundo globalizado.
En este sentido, es posible agrupar los distintos usos actuales del término “crisis de la democracia” en al menos 3 preocupaciones distintas, aunque sin duda interrelacionadas:
En primer lugar, bajo el término crisis de democracia se han agrupado las inquietudes por el retroceso democrático o “episodios de autocratización” (Lührmann y Lindberg, 2019) que han experimentado democracias consolidadas, tanto en América como en Europa, en su mayoría encabezados por líderes o movimientos populistas. Aunque se cree que estos episodios de autocratización no lleguen a concretarse en el colapso de las democracias, su extensión a lo largo de todo el mundo desarrollado genera un profundo temor sobre la capacidad de resistencia y resiliencia del sistema político.
En segundo lugar, el término ‘crisis de la democracia’ también ha sido utilizado al analizar países que han experimentado claros quiebres democráticos, dando paso a la instalación o retorno de autoritarismos de distintos matices. Aunque la mayoría de estos casos provienen de países que se democratizaron durante la tercera ola de transiciones iniciada en 1974, se deben sumar también algunas democracias consolidadas antes. Así, de los 88 países que transitaron durante la tercera ola de democratización, 31 de ellos experimentaron regresiones autoritarias, más de la mitad (16) durante los diez años que van de 2007 y 2017 (Mainwaring y Bizzarro, 2019).
Un último fenómeno común agrupado bajo este término ha sido la progresiva diversificación y actualización de las estrategias de funcionamiento, lucha y supervivencia de los autoritarismos, los cuales han mostrado una extraordinaria capacidad de resiliencia y expansión frente a las fuerzas democratizadoras tanto nacionales como internacionales, en lo que pareciese ser una nueva fase de modernización autoritaria (Brooker, 2000).
En esta acepción del término se incluyen los análisis del desarrollo de complejos mecanismos de cooperación política y económica entre regímenes autoritarios, que les permiten exportar conocimiento para fortalecer y fomentar el surgimiento de regímenes no democráticos, así como para apoyar la lucha contra las democracias liberales en diversas latitudes.
Como es de esperar, tanto el diagnóstico como las pruebas que sustentan las distintas preocupaciones por la crisis de la democracia no gozan de consenso científico ni político, e incluso en algunos casos, un mismo fenómeno se presenta como argumento de afirmaciones contrapuestas.
Por citar un ejemplo, mientras Larry Diamond, uno de los más importantes expertos mundiales sobre estudios de transición, alertaba en 2015 sobre la crisis de la democracia, afirmando que tanto el número de democracias como el promedio mundial de libertades había disminuido continuamente durante los diez años anteriores, los politólogos Steven Levintski y Lucan Way (2015), reconocidos académicos por su trabajo sobre los autoritarismos competitivos, definieron la crisis de la democracia como un mito, alegando que el diagnóstico era una malinterpretación orientada por un excesivo optimismo y a una lectura teleológica y errada de los sucesos ocurridos al inicio de la tercera ola de democratización, específicamente entre los años 1974 y 1991, en el que más que un proceso de democratización ocurrió un proceso sin precedentes de crisis del modelo autoritario.
En sentido inverso, un tema residual no abordado sistemáticamente hasta el momento en esta ola de estudios sobre la crisis de la democracia es la poca o nula eficacia que han demostrado las fuerzas democráticas alrededor del mundo para enfrentar lo que parece ser una recomposición y modernización autoritaria. En este sentido, el más grave error que pueden cometer las fuerzas democráticas es continuar sin alterar su camino, sin innovar. El peor fracaso de la democracia sería permanecer intacta.

Artículo publicado para el diario El Universo, Ecuador

Comentarios

Los más vistos