Ahondando en el significado de la democracia

Por Jesús Castellanos Vásquez 

Seguramente al leer el título  muchos deducirán que por aparecer en este blog, asunto por cierto que agradezco enormemente a mi amigo Hector Briceño, implicará una exploración de la extensa producción académica existente sobre el tema, más aún, si a ello le agregamos mi formación politológica. Temo informar que no cumpliré con esa primera impresión, ergo, no reflexionaré, por ejemplo, sobre los griegos y las posiciones de sus grandes pensadores en cuanto al “gobierno de la mayoría”, o los requisitos mínimos democráticos de Dahl, Sartori o Touraine, entre muchos otros, ni siquiera haré mención al apasionante debate sobre democracias vs formas no democráticas, véase, autoritarismos y totalitarismos y la importante gama de propuestas de modalidades intermedias. Señores, mis líneas hoy apuntan a un objetivo aparentemente más sencillo pero no por ello menos demandante.

Los tiros van por aquí: 
¿Qué significa ser demócrata? En mi humilde opinión, si algún valor lo caracteriza es la tolerancia. El respeto a la disidencia, al pensar distinto es la clave para diferenciarse de quién no lo es. Por supuesto, ésto  sería incompleto si no se incluyesen, v.g, la búsqueda de la libertad, amén de la justicia, la igualdad de oportunidades y el sometimiento al imperio de la ley. No obstante, lo que considero fundamentalmente inherente a la democracia es la aceptación real y efectiva del contrario, que implica no solo el reconocimiento de posiciones distintas sino también, propiciar espacios para la exposición, discusión y decisión, procurando siempre la no imposición de uno o más agentes o de un tipo de pensamiento. La mayoría es por naturaleza heterogénea y la democracia, en consecuencia, debe estar siempre abierta a la diversidad. 

Sin embargo... no es fácil ser tolerante. El egoísmo primitivo, que es parte de nuestra condición humana, nos lleva, no en pocas oportunidades, a desear que solo “mi verdad” prevalezca y que todo aquello que se oponga o la contraríe, simplemente no exista, desaparezca o por lo menos, sea minimizado. De allí que ser tolerante es un reto individual y colectivo del día a día, especialmente complejo, en el que es necesario respetar y defender la disidencia, inclusive por encima de nuestra propia esencia. No es posible ser demócrata y a la par, ser dueño intransigente de las certezas. 
¡Es al menos lo que yo creo!

No puedo cerrar la presente y personalísima reflexión sin acotar que para los venezolanos este reto es especialmente difícil en tiempos de tanta polarización e incertidumbre; Nuestras controversias se producen no solo con los defensores del actual esquema autoritario chavista- madurista, sino también entre quienes nos ubicamos en la acera de enfrente y sostenemos diferentes posiciones, quizás no sobre el diagnóstico de la actual crisis en Venezuela en el cual existe cierto consenso, sino en las posibilidades de salidas, deseadas y factibles. La tolerancia urge entre todos nosotros, más si el fin último es vivir nuevamente en democracia. Se lo debemos a las nuevas y próximas generaciones. Hagamos historia. Hagamos patria.


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