La complejidad democrática: formatos mínimos, reclamos máximos


Por Armando Chaguaceda[i]


La democracia es un fenómeno multidimensional. Resulta de la conjunción de un ideal normativo -un modo de vida que cuestiona las asimetrías de jerarquía y poder dentro del orden social-, un movimiento social -conjunto de actores, luchas y reclamos democratizadores expansivos de la ciudadanía-, un proceso socio-histórico -las fases y horizontes de democratización y desdemocratización (Tilly, 2010)- y un orden político -régimen democrático- que institucionaliza los valores, prácticas y reglas que hacen efectivos los derechos a la participación, representación y deliberación políticas y la renovación periódica de los titulares del poder estatal. Democracia que adquiere hoy la forma poliárquica de república liberal de masas (Pérez-Liñan, 2017) en los marcos de un Estado nación, una economía capitalista -con diversas modalidades- y una compleja sociedad multicultural.

Desde su advenimiento en el siglo pasado, las repúblicas liberales de masas incorporan los elementos elitista y plebeyo. Elementos cuyas expresiones degradadas serían, respectivamente, la oligarquización institucional de matriz liberal y el decisionismo personalista de factura populista. Ambos elementos conviven, parcialmente neutralizados por los componentes liberal progresista y republicano, dentro de las democracias contemporáneas. Porque es dentro de las repúblicas liberales de masas -y no desde el liberalismo oligárquico, los populismos autoritarios, los nuevos conservadurismos de matriz religiosa o las expresiones extremas de la política de la identidad- donde los sectores populares han conseguido beneficios permanentes y derechos universales (Rueschemeyer; Stephens & Stephen, 1992). A través de una dialéctica ciudadanizante que abarca los momentos de lucha social, reconocimiento legal e incorporación a la política pública.

 

Una visión multidimensional de la democracia permite superar analíticamente los falsos dilemas construidos en torno a momentos críticos de la historia contemporánea de la región, incluida Venezuela. Desde esa perspectiva compleja, como sostuve en un intercambio con los colegas profesores Alejandro Velasco y María del Pilar García Guadilla, a propósito del artículo "Por una transición con principios" de Rafael Úzcategui -a quiénes animo a contribuir a este espacio- podemos revaluar los acontecimientos de abril de 2002. Allí coincidieron la mayor movilización social de la historia reciente de Venezuela junto con la imposición de un golpe cupular (de un bloque militar, antipolítico y tecnocrático) que desvirtuó el reclamo redemocratizador de la inmensa mayoría opositora. No por gusto numerosos dirigentes políticos, activistas sociales, intelectuales y ciudadanos de filiación opositora, repudiaron el Carmonazo en el mismo momento en que este se produjo. 


Calificar como antidemocráticas las acciones del ciclo 2002-2004 -una huelga de trabajadores públicos, una marcha masiva, un referendo revocatorio y numerosas iniciativas civiles y electorales, invisibilizadas por el Carmonazo- es problemático para quien propugne por una visión multidimensional y ampliada del fenómeno democrático. Hacerlo sería además ignorar que, cuando desde el chavismo temprano se produjeron los primeros actos autoritarios -como los de la Ley de Educación, las leyes Habilitantes y la expulsión de trabajadores de PDVSA- la sociedad respondió con el mismo repertorio que iba construyendo desde los 80s. En consecuencia, al Que se vayan todos argentino, los alzamientos forajidos en Ecuador y las Guerras del Agua bolivianas -todos los cuales fueron movilizaciones masivas y civiles, con episodios de violencia, que interrumpieron el mandato de gobiernos electos en las urnas- ¿debemos considerarlas también, simplemente, expresiones antidemocráticas?


Los reclamos destituyentes que se hicieron en Venezuela durante el ciclo de protestas, paros y pronunciamientos de 2002 a 2004 fueron parientes (no tan) lejanos, con diverso signo ideológico pero similar contenido ciudadanizante, de los movimientos que las izquierdas boliviana, ecuatoriana o argentina desplegaron contra sus gobiernos neoliberales. Se trataba de interrumpir, por la vía extraelectoral y como respuesta a desempeños antidemocráticos en las políticas públicas o el diseño y desempeño institucionales, gobiernos previamente electos en las urnas mediante los mecanismos de la democracia liberal. Luego, si se evalúa los sucesos de abril de 2002 como golpismo, habría hacer lo propio con sus homólogos -de distinto signo ideológico- de La Paz, Quito o Buenos Aires. 

 

¿Buscar, por medio de la política contenciosa -que no se puede reducir o asimilar a la lógica electoral o al pronunciamiento militar- la interrupción de presidentes libremente electos que gobiernan con usos y costumbres autoritarios, es per seantidemocratico? La respuesta puede ser positiva -en tanto existe una vulneración del mandato conferido bajo criterios liberales- pero entonces estaríamos desconociendo el derecho a la rebelión desde abajo frente a los abusos autoritarios desde arriba, de larga tradición en la teoría y praxis políticas modernas. Invalidando como ilegítimos tanto las protestas ciudadanas en la Nicaragua y Venezuela “progresistas” como los movimientos similares acaecidos en la región frente a gobiernos neoliberales. Para quienes sostienen una cosmovision crítica del fundamentalismo liberal o el relativismo populista, tal postura no puede ser sino una paradoja. 


Como he mencionado en otro momento (Chaguaceda, 2019) creo que tanto el estado de la estructura de oportunidades políticas, como la naturaleza respectiva de los proyectos y cultura políticos del mainstream oficialista y opositor, permiten dar mejor marco la reflexión entre el formato mínimo de una institucionalidad democrática y los reclamos irreductibles de una ciudadanía en permanente expansión. Si asumimos una perspectiva compleja, donde lo democrático resulte una mixtura de veredicto de las urnas y movilización social, no caben miradas simplistas.


Imagen: Título: Nueva Democracia. Autor: David Alfaro Siqueiros. Museo del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México, México. http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/mural004/


Referencias:

Chaguaceda, Armando (2019) Protestas y democracia, Agenda Pública, El País, 14 de noviembre.

Pérez-Liñán, Aníbal (2017) ¿Podrá la democracia sobrevivir al siglo XXI?, Nueva Sociedad, 267, enero-febrero.

Rueschemeyer, D; Stephens, E. H. & Stephen, J.D (1992) Capitalist development y democracy, University Of Chicago Press.


Tilly, Charles (2010), Democracia, Akal, Madrid.



[i] Licenciado en Educación y en Historia, Máster en Ciencia Política y Doctor en Historia y Estudios Regionales. Ha sido docente del Instituto Superior Pedagógico de la Habana, la Universidad de la Habana, El Colegio de Veracruz, la Universidad  Veracruzana, la Universidad Iberoamericana y la Universidad de Guanajuato. Ha sido Profesor Visitante en la Universidad Politécnica de Nicaragua (2010), la Universidad Central de Venezuela (2011), la Universidad de Girona (2018), la Universidad Sorbona la Nueva (2019-2020). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (México). Analista país del proyecto V-Dem (Universidad de Gothemburg). Especializado en el estudio de los procesos de democratización y desdemocratización en Latinoamérica y en Rusia. Compilador y coautor de 6 libros y autor de alrededor de 30 articulos academicos sobre las tematicas antes mencionadas. 

  

 

Comentarios

  1. Buen dato sobre haber sido docente en la Universidad de Guanajuato siempre somos una mezcla de diferentes lugares.

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