La fórmula del fraude electoral

Por Héctor Briceño


El fraude electoral puede ser definido como acciones clandestinas desarrolladas con el objetivo de alterar los resultados electorales. Según Lehoucq (2007), una de sus características fundamentales, es su naturaleza cambiante: el fraude “adopta una amplia variedad de formas, desde las violaciones de procedimiento a la ley electoral (…) hasta el abierto uso de la violencia para intimidar a los votantes y observadores electorales” p.27.

Esa cualidad escurridiza y cambiante, lo asemeja a un cuero seco, al que no es posible presionar de un lado sin que se alce otro, por lo que identificar prácticas fraudulentas en una elección y desarrollar mecanismos para impedir que vuelvan a suceder, no garantiza la fiabilidad de los próximos procesos comiciales. Sin embargo, al transformarse, el fraude debe hacerse más sofisticado, complejo y dependiente de un mayor número de variables, lo que aumenta la probabilidad de ser descifrados y descubiertos. Así, podríamos establecer como regla que la probabilidad de identificación de los fraudes aumenta, tras cada elección manipulada, o a la inversa: que las posibilidades de cometer fraude disminuye tras cada elección fraudulenta.

Otro elemento constitutivo del fraude es su carácter legal, de manera que sólo puede ser calificado como tal las acciones que violan una ley, dejando una “delgada línea entre el fraude y la presión política” (Lehoucq, p.4). Puede haber actitudes antidemocráticas, prácticas clientelares y ventajismo, que no pueden ser calificadas como fraude, en tanto no contravienen una norma jurídica.

El fraude, más que control y poder, denota la debilidad de los gobernantes, en tanto se “creen incapaces de ganar elecciones limpiamente”. También expresa el reconocimiento de la importancia de la democracia y sus procedimientos. El fraude está orientado a incidir en las elecciones, restringiendo la competitividad y creando una fachada parecida, como afirma Pzeworski (2010): “al crear una democracia falsa, el falsificador admite que el original es deseable. Si temen tener la cosa de verdad, ¿no será porque los gobernantes mismos no creen en sus propias palabras?” p.257-258.

No obstante, el fraude electoral puede incidir en el sistema democrático, minando la confianza en las elecciones, las autoridades electorales, disminuyendo la participación y eventualmente, socavando la legitimidad de la democracia.

Las elecciones competitivas, son importante porque obligan a los gobernantes a cumplir promesas y satisfacer demandas de los electores, o en su defecto, ser destituidos por medio del voto. Cuando el fraude forma parte de los procesos electorales, los gobernantes no sienten la obligación de preocuparse por los electores.

Ahora bien, si el fraude es escurridizo, cambiante y clandestino ¿cómo predecirlo? y ¿cómo combatirlo?

La probabilidad de fraude aumenta junto a la probabilidad de éxito, esto es, dónde tenga mayor posibilidad de incidir en el resultado.

Según los resultados de las elecciones presidenciales del 14 de abril de 2013 en Venezuela, alrededor de la mitad de los 335 municipios del país culminaron con una diferencia de 3.500 votos o menos, entre ellos una buena cantidad de municipios con una participación mayor a 35.000 electores (esto es, municipios en los que la diferencia es menor al 10%). Algunos corresponden a importantes ciudades del país, por ejemplo: Municipio Guacara, Edo. Carabobo; Municipio Cabimas, Edo. Zulia; Municipio Caroní, Edo. Bolívar; Municipio Zamora, Edo. Miranda; Municipio Valera, Edo. Trujillo, por mencionar sólo algunos casos. No parece descabellado pensar que estos serán campos de batalla, en los que los factores políticos intentarán usar todas sus instrumentos y herramientas disponibles, legales o no.

El “beneficio” del fraude está íntimamente ligado a sus costos, es decir, a las sanciones. Cada vez que las autoridades electorales sancionan a los candidatos o a sus partidos, por ilícitos electorales, están aumentando el costo de las conductas desviadas de la norma. Al contrario, cada vez que las autoridades electorales se abstienen de sancionar, cada vez que aumenta la impunidad, los costos del fraude disminuyen, aumentando la probabilidad de ocurrencia.

Finalmente su carácter clandestino apunta a los espacios más oscuros, (o menos transparentes) del proceso electoral. Se trata de todo aquello que no se audita o se supervisa poco. Los procesos oscuros representan un estímulo para la distorsión y manipulación del voto.

En resumen, podemos definir la fórmula del fraude como sigue: F=P(e) – C – T

donde “P(e)” es probabilidad de éxito, “C” los costos y “T” transparencia.

En este sentido, podemos derivar de la fórmula algunos de las estrategias de prevención del fraude:

1.   Incentivar la participación electoral, disminuyendo la probabilidad de éxito.

2.   Estimular a las autoridades electorales, para que sancionen los ilícitos electorales, elevando el costo del fraude.

3.   Aumentar los procedimientos de supervisión ciudadana, que aumenten la transparencia de las elecciones.

 

https://nypost.com/2018/12/06/the-scandal-in-north-carolina-proves-voter-fraud-is-real/

 Image: https://nypost.com/2018/12/06/the-scandal-in-north-carolina-proves-voter-fraud-is-real/


Artículo publicado en octubre 2013 a través de Politika UCAB.

Referencias

Lehoucq, Fabrice (2007) ¿Qué es el fraude electoral?Su naturaleza, sus causas y consecuencias. En: Revista Mexicana de Sociología 69, núm. 1 (enero-marzo, 2007): 01-37. México, D. F.

Pzeworski, Adam (2010) Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno, Editorial Siglo XXI, Argentina.

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