La democracia como error


 Por Héctor Briceño


“Si hubiese un pueblo de dioses, estos se gobernarían democráticamente, pero un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres”

J.J. Rousseau

 

Quiso Rousseau resaltar con esta frase la magnitud de las demandas que impone un sistema político tan perfecto como la democracia a los hombres, pues requiere de virtudes que parecen no estar al alcance de todos los seres humanos.

 

En cierto sentido tiene razón: la democracia demanda, más que cualquier otro sistema político de grandes virtudes ciudadanas. Ser un demócrata es una tarea exigente que requiere de formación continua, perseverancia y dedicación. Cuando un pueblo cultiva las virtudes cívicas, la democracia funciona mejor, permitiendo a los hombres aspirar a sus más altos ideales y disfrutar simultáneamente de gran libertad.

 

Sin embargo, se equivocó rotundamente Rousseau al reservarla exclusivamente para seres puros e inmaculados, libres de las pasiones que seducen diariamente al espíritu humano.

 

La idea fundacional de la democracia es la creencia en que los hombres podemos gobernarnos a nosotros mismos. Que todos, a pesar de las grandes diferencias que nos separan, tenemos la capacidad de guiar nuestras propias vidas tanto individualmente -en asuntos privados- como colectivamente -respecto a los asuntos de nuestra sociedad. Es el reconocimiento de que no existe un grupo de hombres con cualidades superiores para quienes se reserve el exclusivo derecho de gobernar.

 

Entendida así, la idea de la democracia trasciende mucho más allá de los sistemas políticos que en la actualidad denominamos democracias liberales, para incluir las tanto a la antigua Atenas o Roma, como las primitivas experiencias de la zona ubicada entre los dos ríos del “Este” (Mesopotamia), tal como demuestra el extraordinario trabajo “The life and death of Democracy” de John Keane (2009).

 

Pero reconocer que la democracia no reserva el ejercicio de gobierno a un selecto grupo de seres superiores o divinidades, sino que se encuentra al alcance de todo ser humano que viva bajo el dominio de las leyes que rigen una sociedad determinada, tiene consecuencias imposibles de evadir. La primera y más importante es que la democracia se encuentra atada a los designios de seres imperfectos, y que por tanto no es infalible. Aunque, irónica y afortunadamente ha demostrado ser el sistema político que genera el mejor desempeño en materia de políticas públicas, vinculándolas -la mayoría de las veces- a demandas ciudadanas, su buen desempeño es más una consecuencia fortuita de su diseño institucional, que una meta intrínseca.

 

El objetivo central de la democracia no es producir mejores decisiones, ni mejores resultados. Estando continuamente sujeta a la falibilidad humana, la democracia es en realidad el sistema político que admite e incorpora el error como parte de su esencia. Equivocarse, elegir los peores gobernantes para luego echarlos. Opinar distinto, criticar la gestión de gobierno, organizarse en contra, proponer un modelo de desarrollo alternativo. Tomar decisiones, implementarlas, evaluarlas, mejorarlas, y de ser necesario, sustituirlas. Avanzar, detenerse, retroceder. Son todas acciones únicamente posibles en democracia, pues su institucionalidad está diseñada precisamente para someterse a los erráticos designios de seres falibles, en un perfecto ciclo concatenado de aciertos y desaciertos.

 

La democracia es el reconocimiento de que la búsqueda de la libertad, la justicia e incluso la verdad está atada siempre a esa inmensa capacidad humana de errar. Lo contrario, la visión de infalibilidad de los gobernantes es propio de los autoritarismos. La verdad no es democrática argumentó Popper (1957) en su ensayo “La sociedad abierta y sus enemigos”. No necesita dialogar sino imponerse, iluminar a quienes, segados por la ignorancia no logran distinguirla. La verdad es irrefutable y demanda la construcción de instituciones para que quienes se encuentran equivocados -disociados-, recobren la razón y reconozcan su belleza.

 

No se trata, sin embargo, de una oda a la estupidez. Reconocer el error como esencia de la democracia implica la necesidad de protegerse contra las equivocaciones más graves. Y nada más grave que aquello que nos condena eternamente. Nada puede, en consecuencia, ser definitivo en las democracias, salvo la protección de nuestras propias limitaciones. Protección que toma en la actualidad la forma de mecanismos institucionales para preservar nuestras propias imperfecciones: los Derechos Humanos.

 

Tan grave como los errores eternos, es la permanencia reiterada en un mismo error. Puesto que somos seres falibles, toda decisión debe ser analizada y evaluada. Pero el error tiende a encubrirse a sí mismo. En ocasiones, es capaz incluso de tergiversarlo todo para disfrazarse de acierto. Por ello en democracia es indispensable cambiar periódicamente de gobierno, pues una evaluación imparcial y libre de obstáculos es solo posible cuando los gobernantes han abandonado el poder.

El principio de la alternancia cumple así una doble función. Por un lado, nos protege de permanecer durante mucho tiempo cometiendo los mismos errores, por el otro, nos permite identificar con claridad errores -y aciertos- cometidos.

 

Concebir la democracia sobre seres imperfectos y falibles la convierte en el único sistema político que garantiza simultáneamente el derecho a cometer errores y las instituciones para corregirlos.





















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Una versión reducida de este artículo fue publicada en el diario El Universo el 17.07.2020: https://www.eluniverso.com/columnista/hector-g-briceno-m


Comentarios

  1. Me parece muy buena la reflexión con respecto a la democracia , no obstante hay que destacar que muchos de esos errores que suelen aparecer en las democracias, son mentiras que se fabrican y que se convierten en verdades circunstanciales de tanto repetirlas . Pero ahí esta el detalle cuando grupos de ciudadanos creen en esos engaños bien sea por le hablan a sus problemas particulares o se identifican con ellos . Entonces es donde el mismo sistema debe de alguna manera corregir esas diferencias problemáticas que se presentan, para evitar que cualquier encantador de serpiente los arrastre.

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