LA POLÍTICA Y UNO


Por: Luis Gómez C. 

Octubre 2020


Si se le cierra la puerta, la política entra por la ventana. Hay quienes se niegan a cualquier trato con la política como quien huye de la peste, pero quizás lo que quieren es que nadie toque sus actitudes políticas; otros, por el contrario, parecen obsesionados por la política, a la que dedican todos los instantes de su vida, y tratan de arrastrar a otros a su obsesión. Entre ambos extremos está la gente común, a quien la política toca de vez en cuando para oprimirla o entusiasmarla; se puede escapar de ella por algún tiempo, pero de una u otra forma, tarde o temprano, nos alcanza con poder destructivo. Otras veces, hasta nos crea la ilusión de estar participando en algo más grande que nosotros, algo por lo que vale la pena luchar; pero siempre cambia nuestras vidas, para mal o ¿para bien?. 

 

1954: La política no existe, sólo existe el Estado. Exhibe su poder organizando simulacros de defensa antiaérea sobre el cielo de la ciudad. Es obligatorio apagar todas las luces, los reflectores juegan a detectar los aviones enemigos y las baterías lanzan balas trazadoras. 

 

1955: Ese mismo Estado obliga a los estudiantes de los colegios públicos y privados a marchar en los desfiles de la Semana de la Patria. Cada año se repite la orden y cada año mi padre se rebela discretamente frente a ella: sus hijos no marcharán.

 

1956: Alguien dice, en una conversación de adultos: “Fulano es comunista”. Pregunto por el significado de esa palabra que nunca había oído: miradas de alarma y exigencia de que nunca la repita.

 

1957: Los periódicos hablan de una incursión de militantes de Acción Democrática por el estado Falcón, con la intención de “asesinar al Presidente Constitucional de la República, general Marcos Pérez Jiménez”. Entre ellos está un pariente. “Los van a matar”, dice alguien. No los mataron.

 

1958: Ha caído el gobierno, que ahora se llama “la dictadura,” y estamos en campaña electoral. Alguien, oyendo un discurso de Betancourt, dice “cómo es posible que ahora sea candidato, después de todo lo que dijeron de él hace diez años, que era un ladrón, que era lo peor…”.

 

1960: No me acostumbro a estar ya en bachillerato y no quiero estudiar; cada día me levanto con la esperanza de que hoy también haya disturbios que obliguen a suspender las clases y, sobre todo, los exámenes.

 

1961: Una hermana estudia en la UCV. Empiezan a llegar libros que no conocía: El Don apacible, La madre, Oblómov (por eso de los ricos inútiles), y hasta una parodia cubana de Selecciones (Salaciones, se llama), que me pone el mundo al revés. Pero también, afortunadamente, llega Simone de Beauvoir. La hermana se casa con un compañero de clases porque es “del aparato” y lo mandan a una misión en el interior. La misión dura poco, el matrimonio un poco más.

 

1962: El dirigente de AD que no mataron es ahora senador y miembro del CEN. Estamos en un mercado con nuestra tía, cuñada suya, cuando la radio informa sobre una insurrección en Carúpano. “Pobres muchachos, los van a matar”, dice.

 

1963: Al día siguiente de las elecciones de diciembre, un amigo del colegio, hijo de un fundador de AD, me abraza eufórico: “¡Ganó la democracia! ¡No pudieron sabotear las elecciones!” Un cierto antiadequismo familiar me impide compartir tanto entusiasmo.

 

1965: Sociología, UCV. Fundada por profesores estadounidenses durante la dictadura, para este momento ya está controlada por marxistas. Todavía quedan algunos profesores que no lo son, pero están en franca minoría. Algunos profesores premian con buenas notas los caletres de los manuales soviéticos; otros son más serios. No me cuesta demasiado convertirme en marxista: es el camino fácil y la mayoría de mis compañeros lo son. Algunos no parecen contagiarse: siguen siendo adecos, copeyanos o independientes. En plena decadencia de la lucha armada, el PCV, el MIR, las FALN y otros más se acusan mutuamente de revisionistas o aventureristas. Si lo que se dicen mutuamente tiene algo de cierto, ninguno merece sacrificarse por ellos. Y sin embargo algunos lo hacen, participan en actividades clandestinas, caen presos, y los que tienen suerte se reintegran años más tarde. 

 

1969: “La” Renovación. Nos creemos la sal de la tierra. Ahora sí la Universidad estará al servicio del pueblo. La misión de la escuela será formar cuadros revolucionarios. El marxismo es la única ciencia social posible. Pasarán muchos años para salir del sueño infantil; algunos nunca salieron.

 

1970: Alfredo Maneiro me invita a militar en su grupúsculo, residuo insignificante de la división del PCV. Es brillante, muy culto, de pensamiento audaz y creativo, pero también aventurero. Por razones de trabajo me voy alejando del grupo. Unos años después su grupúsculo ha crecido y obtenido notoriedad y éxito político. En su mejor momento, lo veo pactar con Jorge Olavarría. Pocos meses después, muere de un infarto.

 

1974: Profesor en una escuela de sociología. ¿Hasta qué punto soy responsable de haber inducido el marxismo en mis estudiantes? Nunca lo sabré, porque no fui el único en influenciarlos, pero sí recuerdo el libro de texto de teoría sociológica donde el único científico social verdadero era Marx y los demás, unos ideólogos de la burguesía. Y yo lo creía.

 

1975: Debo tomar un curso sobre El Capital. ¿Por qué no? Así aprovecho para leerlo. El profesor es un desconocido, un tal Emeterio Gómez. Se atreve a decir que Marx se equivocó, que el capítulo I es inconsistente, y que el tercer tomo nunca resolvió los problemas del primero. La onda de choque recorre el salón, y deja una duda que terminará por derrumbar el edificio de ilusiones y malas lecturas. Pero no será fácil ni rápido.

 

1978: Militante en un partido de izquierda, más que todo por sentimientos de culpa: si uno es marxista no debe limitarse a actuar, sino “pasar a la praxis”. En la campaña electoral la izquierda lleva cuatro candidatos presidenciales. La dirección regional del partido propone incluir en las planchas, para sacar más votos, a un demagogo que hace los mítines a punta de merengue y lenguaje vulgar. Me opongo, pero acepto el centralismo democrático. Después de las elecciones, me alejo.

 

1995: Me he dedicado a la vida académica, pero el líder de una ONG me invita a participar en su organización. Lo dudo, pero me dejo halagar. La organización tiene buenas iniciativas, pero después de algunos años me doy cuenta de que no me atrevo a criticarla en mis análisis académicos porque pertenezco a ella. Me alejo. 

 

1998-?: De regreso a lo académico y a ser ciudadano de base. Tratar de convencer a los pocos conocidos que piensan votar por Chávez. Alejarse de antiguos amigos. Indignarse, temer, marchar, firmar, marchar, firmar, votar o no votar. Votar por quien jamás habría querido votar. Confiar, ayudar a amigos perseguidos. Volver a confiar. Volver a decepcionarse. 

Perder la esperanza.



Imagen:

Autor: Goya y Lucientes, Francisco de

Título: Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer

Fecha: 1814 - 1815.
Técnica: Aguafuerte, Bruñidor, Buril.
Soporte: Punta seca sobre papel avitelado, ahuesado.
Dimensión: 178 x 220 mm.
Serie: Desastres de guerra [estampas].
No expuesto.

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#Venezuela
#Democracia
#PosmoniciónPolítica



Comentarios

  1. Brutal y lúcido. Solo dos anotaciones: echo de menos fisgonear al Luis de los ochentas, cuando se vino abajo el "modelo"; no creo que Luis no dome la desesperanza. Si hay alguien con todas las inteligencias y resiliencias posibles, probadas, es él. Y, además, es buena persona. Antes le dirían a eso "criterio pequeñoburgués". Hoy es una cualidad en extinción. El texto que más he disfrutado de este excelente blog

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    1. Gracias, amigo. Tienes razón. Después me di cuenta de que dejé a un lado los impactos del 89 y el 92. De todos modos, se puede considerar un "trabajo en construcción".

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