Democracia: enfrentando el contraste

Por Guillermo Tell Aveledo Coll

[Este artículo fue publicado por el autor en la web

Diálogo Político el 22 de diciembre de 2021]


Con la primera Cumbre por la Democracia, organizada por los Estados Unidos, el año cierra con la conciencia del malestar democrático, pero también con el reto moral y político del proyecto autoritario global. Es hora de resaltar contrastes reales y no buscar comparaciones que frustren el propósito democrático.

 

Uno de los detalles de la gobernanza democrática está en que, si bien la política interna puede estancarse por la división de poderes y la competencia entre partidos, la política exterior suele ser un campo de relativa autonomía para los gobiernos; no es infrecuente que a través de ella se proyecten objetivos que no siempre concitan consensos internos. Anunciada como promesa en la campaña presidencial de Joe Biden en 2020, la llamada Cumbre por la Democracia convocó a delegados de unos setenta países de todo el mundo, reunidos de manera virtual. Aunque la mayoría de los asistentes fueron jefes de gobierno, activistas y líderes opositores también estuvieron presentes en el evento.

 

En sus palabras de inicio, el presidente Biden expresó que la «democracia necesita defensores», asumiendo claramente que la era de la hegemonía moral de los sistemas democrático-liberales, si no ha llegado a su fin, está gravemente amenazada. El avance de los autoritarismos, la regresión de las transiciones democráticas de tercera y cuarta ola, y las crisis en democracias más avanzadas, muestran la fatiga de los actores que protagonizan estos regímenes, así como las dificultades de los arreglos institucionales que no han podido responder a los cambios económicos, tecnológicos y sociales de nuestra era.

 

Construidas sobre el largo proceso de la ilustración liberal y las presiones democratizadoras de los siglos XX y XIX, las instituciones democráticas modernas parecían mejor adaptadas a una sociedad industrial o apenas posindustrial: partidos ideológicamente moderados, sindicatos fuertes, empresas localizadas nacionalmente, medios de comunicación plurales pero no fragmentados y un crecimiento general de la prosperidad colectiva e individual. Las promesas de la democracia estaban necesariamente atadas a la de un más equilibrado progreso material.

 

Los temas de agenda en esta cumbre fueron la defensa frente al autoritarismo, la lucha contra la corrupción y el avance en el respeto a los derechos humanos. Durante décadas, estos han sido los focos de la promoción de la democracia por los Estados Unidos y casi todas las potencias de Occidente y sus agencias de desarrollo. ¿Es tal agenda, con un sesgo profundamente institucional, suficiente ante las dificultades presentes?

 

Como fuese, el propósito no ha quedado exento de polémica. Por una parte, se señala —y lo hizo el propio Biden— que los Estados Unidos tienen suficientes problemas con su sistema democrático como para dar lecciones al mundo sobre la forma ideal de gobierno, aunque esta crítica no está exenta de cierta ambigüedad ante la democracia, e incluso de cierto cinismo. Por otro lado, el foco más atento ha estado en criticar tanto la inclusión de delegados que representaban sistemas de dudosas credenciales democráticas, o la exclusión de algunos países cuyo emergente o latente compromiso con la democracia podría haber ameritado consideración. Lo cierto es que es difícil excluir a países con una importante tradición democrática —más allá de las veleidades de sus actuales gobernantes—, y que países que se encuentran bajo sistemas autoritarios fueron representados por activistas y figuras de disidencia civil.

 

La exclusión más ruidosa, sin embargo, fue la de la República Popular China. La superpotencia asiática desplegó una ola de ataques al evento, a la participación de Taiwán, y a su exclusión como una democracia: su sistema «no es la democracia que se despierta a la hora de votar, para mantenerse durmiente en adelante», señaló el viceministro de Relaciones Exteriores Le Yucheng, mientras que su Consejo de Estado publicó un papel de posición titulado China: democracia que funciona.

 

Sin dejar de acusar el golpe, ¿es posible caracterizar al sistema chino como una democracia? Si lo vemos en sus preceptos constitucionales, políticos y sociales, la exclusión no merece miramientos. Y, justamente, el modelo chino ha enfatizado más el progreso material y la estabilidad política, aun sobre la base de desigualdades tan atroces que harían sonrojar hasta a los viejos Estados predemocráticos.

 

La tentación, sin embargo, está allí, y el modelo se perpetúa en los regímenes que se identifican con él. La concentración en el crecimiento productivo por encima de las diatribas de la política pluralista fue la fórmula dictatorial clásica del siglo XX, tapando la realidad de una creciente y agresiva oligarquización. ¿Demandan mayor democracia regímenes que se sostienen sobre la base de desigualdades de poder, acceso y recursos mucho más profundas? ¿Puede contarse con esos Estados como aliados eventuales en un fortalecimiento de la democracia? ¿No es necesario hacer una demarcación clara contra los autoritarismos, acaso por primera vez en la historia?

 

Las sociedades democráticas sufren de un complejo recurrente que se manifiesta en querer competir en términos materiales con los espectaculares desarrollos autoritarios, lo cual es un error conceptual. El contraste material es insuficiente señal, en tanto que la represión evita que los grupos sociales más débiles puedan expresar su inconformidad con el statu quo, y porque la riqueza de la democracia no está sólo en los aspectos superficiales del buen vivir. La calidad de vida está atada a un conjunto de valores y un sistema de instituciones que la hacen intrínsecamente superior y que, donde se ha podido mantener de manera estable el delicado equilibrio entre libertad responsable e igualdad relativa, la correlación entre un sistema democrático y la prosperidad es positiva.

 

Así las cosas, atender el malestar profundo que existe en los regímenes democráticos implicará atender desequilibrios tanto político-institucionales como económicos, sociales, tecnológicos y ambientales. Si sólo se atiende lo formal, se profundizará el alejamiento de la población ante las normas y actitudes democráticas. Si sólo se atiende lo material, será una simple copia del modelo autoritario. Esto requiere una visión más amplia a lo planteado por los Estados Unidos, acaso limitado por la modestia que marcan sus presentes dificultades. Tal visión debe presentar claramente el contraste con la engañosa promesa autoritaria, no hacia un pasado irrepetible, sino como proyecto hacia el futuro basado en la dignidad de la persona humana, y consecuente con las reformas que deben realizarse desde el presente.








Título imagen: Terracotta Warriors

Autor: Nightrider

    Fuente: pickupimage.

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