Democracia en primera persona

Por: Griselda Colina 
Fundadora Observatorio Global de Comunicación y Democracia 
Rectora (S) Consejo Nacional Electoral
 

Cuando pienso en mis primeros recuerdos de la democracia, vienen a mi memoria imágenes y sonidos de famosos jingles vinculados a las campañas electorales, a figuras emblemáticas de la política en Venezuela, con sus gestos y sus maneras. También recuerdo las “romerías blancas” con su bullicio y con rostros que aún hoy permanecen en la escena nacional. En ese entonces eran frecuentes los debates y enfrentamientos entre militantes de partidos contrarios, discusiones que, por más acaloradas que fueran, terminaban dirimiéndose entre risas y el campaneo de los vasos de whisky. 

Es claro que la democracia es más que elecciones, pero en estas reflexiones en primera persona sobre la democracia, la memoria política tiene fuertes acentos. En mis recuerdos sobre la democracia también se agrupan una serie de imágenes que pasan como si fueran parte de una película, imágenes de programas de televisión en señal abierta que servían para la formación de una opinión pública nacional y que tenía como referentes de las grandes discusiones y debates sobre el país a figuras como Sofia Imber, Carlos Rangel, Marcel Granier y Arturo Uslar Pietri. Recuerdos de salir los domingos a comprar todos los periódicos para sentarnos luego a leer las noticias y revisar los “Zapatazos” en las manchetas de El Nacional, para leer los artículos de José Ignacio Cabrujas y para involucrarnos en un análisis colectivo de los grandes temas del país. En la memoria también quedan los ejercicios diarios que, unos años después, hacía Teodoro Petkoff en sus editoriales de Tal Cual, y que nos llegaban a través de su propia voz. A muchos, esos editoriales nos servían de brújula para entender a un país que atravesaba tiempos convulsos. 

Aún sin mucha conciencia sobre lo que era la democracia, ni tampoco muchos cuestionamientos sobre sus fortalezas y debilidades, mi adolescencia transcurrió en un tiempo en que la democracia era sinónimo de una posibilidad para aspirar una vida mejor, para escoger, con libertad, el destino de nuestras vidas. Así, muchos de los venezolanos de mi generación crecimos con el valor del estudio como un medio necesario para la superación personal y el logro de metas. Un país que permitía a sus ciudadanos obtener educación de calidad, y donde había sistemas de apoyo económico para estudiar no sólo en Venezuela sino también en las mejores universidades del mundo. Un país en el que la democracia era algo que dábamos por sentado, por lo que no era un tema de preocupación. Cada 23 de enero recordábamos la gesta que dio inicio a la democracia en Venezuela, sin advertir la forma en que los espacios democráticos empezaban a cerrarse, produciendo con ello cambios significativos en nuestras vidas. 

El guión personal de mi democracia tiene también presente, de una manera muy lejana, la intentona golpista del entonces teniente Hugo Chávez y, años después, su llegada al poder a través del voto popular. Entre esos recuerdos se agolpan también las imágenes del golpe de estado que, en 2002, intentaría un sector de la oposición contra el propio Chávez.

Mucho ha pasado desde aquellos recuerdos. Entre ellos se filtran también las imágenes de la tragedia de Vargas y como este desastre natural coincidió con la instalación de un nuevo gobierno en el país, un gobierno que vendría a cambiar progresivamente el antiguo sistema de convivencia democrática y la vida de muchos venezolanos. 

En la Venezuela de hoy, en muchos se mantiene todavía una profunda vocación democrática. Para los más jóvenes, la democracia es una idea vaga, difusa, algo que no conocieron pero que imaginan como “algo mejor que esto que tenemos”. El país que otrora lideró la bandera de las democracias más estables del continente, deja a las nuevas generaciones sin la posibilidad de conocer la emoción de las “fiestas electorales”, la riqueza de opiniones diversas, la plena participación política, el respeto mutuo entre los adversarios políticos. 

Los últimos 20 años dan cuenta de una transformación progresiva del país hacia una realidad que hoy nos tiene atravesando una crisis económica, social, humanitaria y política, una crisis que tiene su origen en el abandono del Estado de sus responsabilidades en lo que hace a las necesidades de los venezolanos, en especial de los más vulnerables. Un país en el que el abanico de medios de comunicación se fue estrechando y en el que algunas de las reconocidas figuras de la comunicación tuvieron que exiliarse, un país en el que la opinión pública se fragmentó para ser sustituida por la estridencia de los “guerreros del teclado”. 

Los últimos años en Venezuela vieron también el auge y caída del voto como mecanismo para el cambio democrático. Un país en el que la lucha por el espacio democrático se convirtió en una lucha por la vida, la dignidad y la libertad. Una lucha que está siendo librada hoy no solo por militantes de partidos políticos sino también por activistas sociales, sindicalistas y representantes de comunidades religiosas.

Hoy más que nunca es necesario identificar oportunidades, avanzar en el camino del voto y la participación para ayudar en la construcción de un país que nos permita la sana convivencia democrática. Una convivencia que parta del reconocimiento y aceptación del otro en un marco de mutuo respeto a la ley y las instituciones. Un país en el que quepamos todos y en donde seamos capaces de construir una nueva y mejor democracia.



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