La perdurabilidad de la cultura democrática
Por Héctor Briceño
La cultura política es el resultado de las diferentes experiencias históricas atravesadas por una sociedad a lo largo del tiempo. Procesos sociales, económicos y políticos se mezclan y fusionan, en ocasiones de manera armoniosa y en otras en abierto conflicto, conformando una compleja red de valores, actitudes y sentimientos respecto a los actores, instituciones y fenómenos políticos en general. En este sentido, toda sociedad puede encontrar en su pasado experiencias tanto autoritarias y de opresión, como de libertad, justicia y democracia, superpuestas y sedimentadas unas sobre otras como capas tectónicas que forman montañas de las experiencias colectivas.
Pero no solo las experiencias históricas se superponen entre sí en la cultura política, a ellas también se suman las múltiples revisiones, reformulaciones y reinterpretaciones que de esos mismos episodios históricos y de sus relaciones con el pasado, presente y futuro. En este sentido, la cultura política es dinámica por definición, siempre abierta a ser reformulada, de forma tal que valores políticos que en un momento determinado de la historia de una nación fueron soporte del autoritarismo pueden convertirse en otro momento distinto en el motor de la democracia.
En la formación de la cultura política la socialización política desempeña un rol esencial, al ser la responsable de la transmisión y consolidación de los valores del sistema político. La familia y el sistema educativo constituyen el primer anillo de socialización política, a los cuales se suman los medios de comunicación y las organizaciones de la sociedad civil. Por supuesto, partidos y líderes políticos se suman a ellos en la construcción de la opinión pública, difuminando ideales, opiniones y preferencias sobre las políticas públicas.
Las instituciones públicas también desempeñan un rol de socialización política en un doble sentido. En primer lugar, ellas son responsables de dictar normas y directrices que orientan el funcionamiento de los principales organismos públicos encargados del proceso de socialización como, por ejemplo, al diseñar los programas de formación cívica dictados en el sistema educativo o al promover programas culturales en medios de comunicación del Estado.
En segundo lugar, las instituciones públicas también socializan al brindar a los ciudadanos una experiencia política directa, que da pie a la evaluación ciudadana del funcionamiento, desempeño, e incluso de los propios valores e ideales políticos que ellas materializan en las políticas públicas.
Todo sistema político promueve los valores que facilitan la gobernabilidad y el ejercicio del poder, incentivando prácticas y comportamientos que disminuyen la resistencia a sus políticas públicas. Los sistemas autoritarios restringen la participación ciudadana a espacios en que no pongan en duda el ejercicio del poder, mientras que los sistemas democráticos promueven la participación como pilar de la legitimidad del ejercicio del poder político. Los sistemas autoritarios justifican discursivamente el ejercicio del poder sin límites, los sistemas democráticos sostienen la importancia de mantener al poder político continuamente controlado.
Pero a pesar del inmenso poder que poseen las instituciones del estado, la cultura política en ocasiones toma la dirección inversa a lo que ellas promueven, generando gran ingobernabilidad. Así, la estabilidad política a la que aspira todo régimen es construir una cultura política acorde con sus instituciones que facilite su funcionamiento. Los autoritarismos requieren para alcanzar su estabilidad, debilitar la participación como valor, mientras que la democracia se consolida cuando los ciudadanos participan en todos espacios públicos disponibles. Por ello es irónico que los promotores de la democracia en regímenes autoritarios adopten estrategias que en última instancia promueven los valores autoritarios.
Resiliencia de la cultura política democrática
Las culturas políticas no cambian fácilmente. Las experiencias históricas dejan sus huellas. Los estudios de Ronald Inglehart (1997) y de la encuesta mundial de valores dan cuenta del legado que sobre las culturas tienen los distintos períodos.
Sin embargo, la ciencia política también ha demostrado el poder de la experiencia democrática. Allí donde se ha experimentado, aún brevemente, la democracia tiende marcar la cultura de manera profunda. No es casual por ello, que los protagonistas más comunes de los procesos de transición hacia la democracia suelen ser actores y organizaciones que anteceden la llegada y consolidación de los regímenes autoritarios, que logran preservar prácticas y tradiciones democráticas.
Pero cuando los actores que luchan por el restablecimiento de la democrática rompen abiertamente las tradiciones que defienden, terminan contribuyendo en el proceso de socialización autoritaria y el debilitamiento de los valores e ideales democráticos, que son el último bastión contra el dominio autoritario.
La perdurabilidad de la cultura política democrática se basa en la capacidad de resiliencia de los actores políticos democráticos y en su compromiso con sus valores e ideales, más allá de la conveniencia estratégica coyuntural.
Referencias
Brown, Archie and Jack Gray (1979) Political Culture and Political Change in Communist States, Palgrave Macmillan.
Inglehar, Ronald (1997) Modernización y Posmodernización. El cambio cultural, econeomico y politico en 43 sociedades, CIS, España.
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